lunes, 29 de febrero de 2016

Las palomas, la Muerte y el Metal

Hoy, finalmente, pasó. Era algo que me temía desde hace un año y medio. Desde que me mudé de Peñarol al Centro.

Toda aquella persona medianamente observadora habrá visto que por 18 de Julio está lleno de palomas. En los tiempos de antes, cuando todo era mejor, había otros valores y etc, etc, las palomas solían encontrarse a nivel del suelo únicamente en las plazas, comiendo pedacitos de pan que un anciano les tiraba mientras pasaba la tarde sentado en un banco, pensando en la inutilidad de lo que hizo, lamentándose por todo lo que no hizo con su vida, y en la cercanía de la muerte. O no, de repente pensaba en el partido de Central Español del fin de semana que viene. Da igual. A lo que iba es que se solía ver aglomeraciones de palomas en las plazas. En los demás lugares, sean estos avenidas principales o techos de edificios, las palomas se comportaban como aves. Volando, de un lado a otro. Ahora no. Ahora cuando caminamos por 18 de Julio vemos que están en el piso, caminando. Está claro que las aves también caminan, pero mayormente asociamos un ave con el acto de volar. Incluso literatos varios han escrito sobre la bondad del vuelo, sobre la envidia de no poder tener esa habilidad liberadora. Si hasta incluso como especie hemos inventado un aparato que te permite volar sentado y lo hicimos con forma de ave.
Pero resulta que las palomas hoy día en 18 de Julio caminan más de lo que vuelan. Camino de mi casa al trabajo y voy más pendiente de no pisar una que de esquivar gente. Antes, cuando todo era mejor y etc etc, bastaba con pisar a un metro de distancia para que la paloma levantara vuelo, espantada por la amenazante presencia de otra criatura. Pues ahora no; las palomas se limitan a desplazarse caminando apenitas unos centímetros con un desdén más propio de un adolescente caminando hacia la ducha que sus familiares le ruegan se pegue al menos una vez al mes. Me ha pasado de pisarles firme, haciendo ruido incluso, y nada. Las mujeres que caminan con esos zapatos pegados arriba de esos leños de medio metro que llaman plataformas les pisan al lado y las palomas nada. A veces ni se mueven.

Demoro 26 minutos caminando de mi casa al trabajo. Tiempo suficiente para elaborar teorías y pensar en situaciones posibles o, al menos, verosímiles. Varias veces me imaginé personas pisando a una paloma. Me imaginé, en días del Centro o de descuento del IVA, a esas madres que llevan bolsas colgando de sus brazos y niños chicos también colgando de los brazos, revoléandolos y pegándole a las palomas como cuando en el Super Mario 3 le saltás arriba a una tortuguita y esta le pega a otro enemigo. En mi mente la paloma golpeada por el niño/extensión del brazo de la madre se daba contra otra persona, que al recibir el golpe hacía un abrupto cambio de dirección, perdía la noción de dónde pisar y dónde no, y le pegaba una patada a otra paloma y ésta se daba contra alguien más y así hasta que la carambola terminara, horas después.
Hay días en los que imagino mucha cosa, sí. Otras veces son más verosímiles. Me imagino un pisotón a una paloma de una mujer con zapatos con plataforma- leño y la muerte o la hospitalización del “ave”. Imagino el móvil de telenoche cuatro con los productores eyaculando en sus pantalones por la excitación de una posible muerte en la vía pública en vivo. Imagino las manifestaciones de las agrupaciones de protectores de animales alentando la autodefensa de las palomas contra los homo sapiens sapiens. Imagino la creación de la figura legal del palomicidio. Imagino el pedido de esas mismas agrupaciones por extender los derechos individuales a las palomas bajo acusación de especismo si se les niega; grupos de defensa de las minorías raciales pedirían algo similar porque las palomas son oscuritas y bien que a las palomas blancas no se las ve en 18 y se las asocia con la paz. Al fin y al cabo a la paloma morocha la estigmatizan. Merecen que se las proteja, dirán. Después de todo son peatones. Las palomas ya no vuelan, caminan, es decir que son peatones. Peatones sujetos de derecho.

En general todas estas cosas que imagino terminan conmigo dejando de pensar; es decir: llegando al trabajo.

Pero hoy fue diferente. Y tampoco estuvo bueno. Hoy, una paloma bajó a la calle y un auto la atropelló. Quedó boca arriba, moviendo esas alas que ya no usa, girando sobre su lomo, como haciendo breakdance, sólo que agonizando y muriendo; una coreografía demasiado conceptual para mi gusto. No pude ni cuestionarme cómo hacer para ayudarla. Seguro no hubiese podido hacer nada, pero no me dio tiempo. Murió. Quedó ahí, sequita. El auto frenó unos metros más adelante y bajó un gurisito de unos catorce, quince años; pensé yo que bajaba a socorrerla o al menos a ver qué le había pasado. No. Bajó y entró a una tienda de ropa deportiva. La paloma quedó ahí, tirada, muerta. No pensé que fuese a llegar el día en que una paloma fuera a pasar de caminar por la vereda a tratar de cruzar la calle caminando.  No me animé a parar. Pero me dio para ver a las demás palomas que habían en la vuelta. Siguieron como si nada. Caminando, apáticas, en el medio del camino. Esperé la llegada del móvil de telenoche cuatro. No llegó. No hubo asociaciones de animales enojadas reclamando nada.

A continuación te voy a convidar -escribiendo en cursiva y negrita- con una formulación de frase que siempre se contradice con lo que viene inmediatamente después de ella: no es por ser prejuicioso, pero me parece que las palomas son animales vengativos y que pronto vamos a empezar a ver agresiones hacia los humanos. Y bastará con tres o cuatro ataques para que ya se hable de la necesidad de legislar penas más fuertes contra ellas, o considerar a los críos de palomas como palomas adultas, porque si ya son capaces de atacar a un humano tan críos de paloma no son; tal vez, como no son ciudadanos orientales documentados, se considerará su lanzamiento de caquita desde los aires como un ataque aéreo sobre territorio nacional y eso involucrará a las Fuerzas Armadas, lo que no va a hacer otra cosa que volverlas aun más hostiles hacia los humanos. La oración anterior se aplica tanto para las palomas como para las Fuerzas Armadas.

Los metaleros van a poder darle un significado aun más despectivo a la frase “vos escuchás música paloma”. Y con razón. Pero bien sabemos que si los metaleros tienen razón en algo, no es bueno para nuestro país. Si no, no existiría Rata Blanca y Mujer Amante jamás hubiese sido escrita.

Se vienen tiempos difíciles. Después a no decir que no fueron avisados.



miércoles, 24 de febrero de 2016

Cocodrilos verdes

No era la primera vez que me sentía inútil en una investigación de campo de este tipo. Era sí de las pocas veces que realmente era inútil, pero no por mi negligencia o desinterés, sino porque no tenía nada que hacer ahí.
Mi remera, mi pantalón largo y  mis championes eran parte de una vestimenta que delataba que no estaba haciendo nada. Los demás, haciendo tareas de acá para allá, sin remera y vestidos con short de baño, andaban con su proactividad característica, caminando descalzos, saltando de roca en roca, sin prestar atención ni a la Nena, ni mucho menos a mí. Eso era bueno, porque si además de ser una decoración en la investigación iba a tener las miradas de ellos puestas en mí, la cosa hubiese sido peor. Ya imaginaba su desaprobación.

Me dediqué entonces a mirar a la Nena con atención y a pensar en cómo la dejaban ahí solita y, en especial, en lo aburrida que debía de estar. Andaba vestida también de playa. La verdad era chiquita como para andar sola en las rocas. Las rocas de la costa, con el agua pasando por los costados y algunas algas, se vuelven resbalosas y peligrosas. La Nena estaba quieta, es cierto; eso quita un poco el miedo a una caída. Estaba aferrada a su osito y miraba sin demasiada atención lo que había alrededor. Parecía estar pensando en algo.

Me di cuenta que me estaba pasando de nuevo. En realidad, quería que me estuviera pasando de nuevo.

Un cocodrilo inflable verde fluorescente apareció de entre las rocas, desde dentro de uno de los pequeños riachuelitos que se forman entre ellas. Podía verle hasta la válvula en la parte de atrás. Una válvula blanca. Me costó unos segundos darme cuenta que el cocodrilo inflable se desplazaba, no por la fuerza de la corriente de agua –no había tal corriente entre las rocas- sino que se desplazaba por propia voluntad. Con el rabillo del ojo vi el mismo color repetido varias veces a mi izquierda. Alejé la mirada de la Nena y el cocodrilo inflable; descubrí otros cuatro cocodrilos más que aparecieron del mismo modo que el primero. La Nena miraba al cocodrilo verde con sorpresa e interés. Los demás investigadores seguían en la frenética búsqueda de quién sabe qué y me parece que no vieron nada de esto. El cocodrilo verde más cercano a la niña subió a las rocas, con alguna dificultad. Los demás seguían flotando en el agua, o desplazándose. Nadie notó esto, salvo yo. La Nena lo miró con atención, pero ya un poco más intranquila. En los alrededores de las rocas había ya ocho cocodrilos. Seguían saliendo. En ese momento sentí que tenía que alejarme. Que todo se estaba volviendo peligroso. Deseé que otra vez estuviera alucinando; que me estuviese pasando de nuevo. El cocodrilo que trepó a la roca abrió sus fauces y le dio un mordisco a la Nena. No alcancé a escuchar gritos. No sé si los demás oyeron. No alcancé a oír ni a ver más nada. No sé si realmente me volvió a pasar de nuevo. O si la Nena de verdad murió.

Ahora nada más floto, con mi válvula para arriba.