jueves, 24 de diciembre de 2009

La fábula de la hormiga y el cigarro.

Es un hermoso y soleado día de verano; la hormiga y el cigarro están a la sombra de un árbol.

- ¿Qué estás haciendo?- preguntó el cigarro.

-Estoy trabajando- respondió la hormiga, mientras acomodaba su pequeño lomo de modo que la hoja que cargaba no se cayera al piso.

El cigarro, mirando con desdén, se acomodaba apoyando su espalda en el tronco del árbol. La hormiga, lentamente, se alejaba y lo miraba con cierta pena. El cigarro dejó caer su sombrero de paja sobre su filtro, cubriéndose los ojos del reflejo cada vez más fuerte de los rayos solares; se aprontaba para dormir la siesta, pero antes, sin mirar, le habló a la hormiga que aun no se había alejado por completo:

-Tenés que trabajar menos, hormiga. La vida no se trata solo de trabajar y trabajar. Además, fijate vos, con este calor, con este sol que parte la tierra ¿por qué no te tomás una siestita?

La hormiga, dejando la hoja en el suelo con un ágil movimiento de cintura, se detuvo. Le dedicó al cigarro una mirada de reproche, y luego le dijo:

-¿Que por qué no me tomo una siesta? ¡Porque tengo una familia! ¡Porque tengo hijos que alimentar!- gesticulaba al mismo tiempo con sus patitas delanteras- y además vivo en un hormiguero donde todos trabajamos para el bien del conjunto, que al fin y al cabo, es el bien de los míos.

-Cómo te aprendiste el versito ¿eh?- se burlaba el cigarro, con mirada socarrona.

-No sé cómo te da el filtro para decirme eso- respondió la hormiga, y mirando con mucho más odio y reproche que la vez anterior, dio unos pasos en dirección al cigarro.

-¿Qué?- dijo el cigarro anticipando la intención de la hormiga de decirle algo, acercándose.

-¿Y vos por qué no dejás de reposar como un vago y salís a provocar toses, a trabajar en la consecución de un cáncer o creás algunos problemas respiratorios? Eso es lo que debería hacer un cigarro de bien, ¿no?- la hormiga sonó tan sarcástica como le fue posible.

Luego pasaron otras cosas. Pero lo cierto es que no tengo ganas de contarlo. Bueno, a fuerza de ser honesto, no es ganas lo que me faltan; de hecho, las tenía al principio, cuando empecé a contar la historia, pero a medida que percibía que me iba quedando sin ideas y que la cosa no daba para más, las ganas fueron menguando. Es una verdadera lástima, porque la historia pudo haber tenido un final genial; o tal vez un final mediocre, o uno malo, pero al menos sería un final. Y la sensación que me hubiese quedado no sería tan lastimosa como la que me quedará al escribir esta última palabra.