miércoles, 24 de junio de 2009

Catalina

No había nada que hiciera sospechar vida humana alrededor; tan solo había una precaria acumulación de bloques, que si bien de cerca daba la sensación de tratarse de algo en construcción, a la distancia se antojaba más bien en ruinas de algún puesto de vigilancia antiguo.
La construcción constaba de tres paredes, aun no terminadas, de bloques rojizos y grises, alternados en una combinación bastante peculiar y horrorosa. Sentado en un tablón de madera, que era sostenido por los extremos con dos bloques grises, se encontraba un hombre, cebando un mate a unos pocos metros de la construcción.
El único sonido que interrumpía el silencio del lugar, era el de la bombilla del mate, que sonaba cada tanto, cuando el hombre terminaba el mate que daría paso al siguiente, con una lentitud que acompañaba el silencio y la soledad del lugar.
-¡Catalina!- gritó el hombre, mirando luego tímidamente en dirección a la construcción.
No hubo respuesta. El hombre tomó otros mates, durante unos minutos. Luego sacudió el termo y, ni bien verificó que el agua que contenía se estaba acabando, volvió a gritar.
-¡Catalina! ¡Catalina! ¡Vení si querés tomar algún mate, que se termina!
No hubo respuesta tampoco.
El hombre continuó tomando mate, hasta que se terminó el agua. Con lentitud, se paró, y puso a calentar más agua en la caldera que estaba apoyada en el pequeño soporte de metal oxidado, justo encima de la fogatita. Mientras el agua se calentaba, el hombre volvió a llamar a Catalina, pero ésta no respondió. “Se habrá dormido”, pensó el hombre. Pero de inmediato desistió de la idea; era muy difícil dormirse en un lugar tan incómodo como una edificación incompleta.
El hombre se puso de pie nuevamente y se dirigió hacia la construcción. Traspasó el espacio reservado para una futura puerta, y quedó parado entre las tres paredes, con la vista completa de la ruta lejana y del campo, a través del lugar donde se ubicaría la pared aun no construida. Catalina no estaba. El hombre, mientras volvía al tablón de madera para seguir haciendo mezcla, pensaba que tal vez él se habría dormido y Catalina se hubiese ido a caminar, a estirar las piernas por ahí.

Pasaron días y Catalina no regresaba. Según creía recordar el hombre, no había pasado ningún vehículo por la ruta, y mucho menos se había acercado alguien a la construcción. “Algo debió sucederle a Catalina”, pensó el hombre; pero no sabía muy bien qué hacer, a dónde ir; desde que se habían establecido allí, la construcción había sido su refugio, y los sobres de dormir su cama.
-¡Los sobres de dormir!- exclamó el hombre de pronto. Caminó unos pasos, y con una súbita sensación de angustia y pánico que subía desde la punta de sus pies hasta el corazón, constató que solo había uno; el que él había estado usando durante las últimas semanas. “Catalina se fue”, pensó el hombre. Echó una rápida mirada a la ruta, en espera de ver el cuerpo de su compañera caminando hacia él, cargando el sobre de dormir. Pero no fue así. Solo había carretera, y campo.
Pasaron semanas y Catalina no regresó. El hombre dejó de pegar bloques y construir, dejó de ir a robar frutas y verduras a la quinta del estanciero del campo vecino; se dejó vencer por la amargura, y la soledad se hizo insoportable. En su cabeza, sin embargo, se resistía a darse por vencido. Catalina todavía podía volver.

Luego de dos meses, la situación se hizo insostenible; el hombre no comía, tan solo se alimentaba de una esperanza que a veces tambaleaba, que por momentos parecía ser un sueño confuso. Por momentos, durante las noches calurosas, la mezcla de hambre y desazón le hacía dudar: ¿estuvo Catalina acá, alguna vez? Y si estuvo, ¿hice algo para que se fuera? Las noches de insomnio nunca le trajeron respuestas. Solo más preguntas.
Ya no estaba claro cuánto tiempo había pasado desde aquella tarde en que Catalina desapareció. El hombre nunca tuvo el coraje de salir a buscarla, de caminar los caminos desiertos, porque lo consideraba absurdo, casi un acto suicida; poca cosa había allá afuera que le indicara dónde buscar. Tal vez quedarse, de esa forma, también fuese un acto suicida, pero al menos el hombre sabía que Catalina había estado allí, o al menos, eso quería creer; y bien se sabe que ante la desesperación, uno se aferra a las supersticiones más infantiles, como esa de creer que cuando alguien se va, hay más chances de encontrarla en aquellos lugares por los que alguna vez estuvo.
Un buen día, cuando las noches dejaban de ser calurosas, el hombre decidió que no se movería de allí; que esperaría a Catalina cuanto tiempo fuese necesario, y que si ella no volvía, sería por alguna buena razón.
El hombre volvió a comer, resistió el invierno a base de fogatas y recuerdos, cuando no existentes, inventados. También es cierto que dejó de hacer mezcla y pegar bloques; decidió esperar a Catalina para continuar con la construcción.
-Y si no vuelve-pensaba a veces el hombre, en voz alta,-no valdrá la pena seguir edificando. Hay construcciones que se empiezan de a dos, y son demasiado grandes para ser terminadas por uno.
Ni un solo bloque volvió a ser colocado. Al menos hasta el día de hoy.

sábado, 20 de junio de 2009

Teatro vital

Todos son actores;

todas son actrices.

Actúan y han actuado

a mi alrededor.


Nadie es de verdad,

nadie lo ha sido;

ni la mujer que besé,

ni la que no se dejó besar.


El que se rió de mí,

el que me cortó el boleto,

el que me vendió jabón

la que me cobró la entrada,


el informativista,

el misionero mormón,

mi padre,

las monjas del colegio,


el que paseaba aquel cartel

en el avión,

el relator de la radio,

mis mejores amigos.


Todos son actores,

todos siguen su libreto

escrito por alguien

que sigue un guión ajeno,


escrito por alguien que

sigue el guión que le asignó

otro guionista,

rodeado de actores,


que fingen vivir,

que fingen ser parte de su vida,

que impostan sorpresas

angustias y alegrías.


Todos somos actores

de un guión horrible y ajeno;

tal vez horrible

por ajeno.


Todos somos guionistas

de un libreto que no recordamos,

y no volveremos a ver

nunca jamás.


¿A quién le escribí yo el guión?

¿A quién le modifiqué la vida?

¿A quién le puse por el camino?

¿A quién le quité?


jueves, 11 de junio de 2009

Mi patria


La patria no es un estado, ni siquiera una nación; puedo perfectamente ser compatriota de un hijo de carpintero catalán y no serlo de un hijo de contador del Buceo, por más que desde la escuela vengo siendo blanco de conceptos inyectables que vienen a contradecir esta idea.

Yo creo que la patria es todo aquello que nos identifica, que nos conmueve, todo aquello que consideramos cercano a nosotros en el sentimiento y, especialmente, aquellas personas a las que consideramos como “nosotros”.

Mi patria es mis amigos, mi familia, las calles de mi barrio, el ómnibus que habitualmente tomo, el almacén en donde habitualmente compro. Mi patria no tiene bandera, no tiene prensa, y en comparación con los sucesos de la historia humana, tiene pocos sucesos pasados que referir. Prácticamente carece de tradición. En cambio, sí posee rituales y costumbres que permanecen en el tiempo sin mutar por completo en tradición obsoleta: saludos, giros idiomáticos, chistes, quejas, recorridos y pequeños orgullos fraternales que no se diluyen con facilidad.

Mi patria es dinámica, cambia, como cambio yo. O tal vez cambia precisamente porque cambio yo.

A no confundir la cuestión: en este sentido, y en ningún otro, soy un patriota orgulloso.


domingo, 7 de junio de 2009

Generación pastis

Hola, soy Daritxo; oriental, ateo, posmoderno a regañadientes, y quiero confesar algo: pertenezco a la generación que vino a suplantar a la generación X, a la XX, y a la XXX (de la que no me hubiese molestado formar parte); yo pertenezco a la generación P, la de las pastillas. Pastillas para dormir, para despertarse, para combatir el resfrío, para combatir la ansiedad, para combatir la depresión (de esas no me dieron ¡mierda!), para combatir el dolor de cabeza, para fortalecer la actividad mental, para no pensar, para pensar, para fortalecer la memoria, para olvidar por un rato, para digerir bien, para subir la presión, para bajarla, para no embarazarse, para desembarazarse de la situación el día después, para espantar a los mosquitos, para terminar con las alergias, y la lista sigue y sigue. No las tomo todas porque aun no me ha dado el tiempo. I belong to the pill´s generation.


miércoles, 3 de junio de 2009

Verbalizando

Es difícil para mí

teorizar por cuáles razones

me gustás.


No todo se puede verbalizar,

ni expresarse en el juego

limitado de las palabras;


a veces, intentarlo,

es blasfemar

contra el sentimiento.


Pero la tentación es mucha.

Es irresistible.


Me gustás porque somos distintos,

porque vos sos simple

en aquellas cosas

en las que yo soy complejo,


y porque sos compleja

en aquellas cosas

en las que soy simple.


Me gusta no entenderte por completo

y plantearme el desafío de hacerlo.


Me gustás por eso,

y por muchas más cosas

que prefiero comunicar

con mis ojos,

con mis manos,

con mi boca.


Me gustás porque no sos yo,

porque nuestras coincidencias

son hermosas,

pero nuestras diferencias

lo son mucho más.

lunes, 1 de junio de 2009

Trastornos de pánico: el miedo a las vocales ¿es la enfermedad del siglo veintiuno?

Trastornos de Pánico: el miedo a las vocales ¿es la enfermedad del siglo veintiuno?


“Es una enfermedad que primero ataca a los adolescentes, pero las víctimas poco a poco pueden ir aumentando en edad y cantidad” alertaba el comunicado de la Organización Mundial de la Salud emitido a finales del mes de Abril. En dicho comunicado, basado en una investigación de la Steve Nash University, se indicaba que la enfermedad consiste en “temerle a las vocales de un modo tan irracional que se abandona por completo su uso en mensajes de texto, msn, e-mails y en algunos casos extremos, en escritos de literatura y listas de los mandados. Esto no sucede en el lenguaje oral, porque la aversión es a ver las vocales y no a pronunciarlas.” El comunicado contenía, además, una extensa lista de ejemplos de lo que, de acuerdo con lo que dicen los expertos, será la comunicación escrita del futuro, gracias a un exhaustivo análisis de cientos de adolescentes y adultos jóvenes:


“Hl !!! Cm nds? X q n m cntsts ls mnsjs q t mnd? S q n tns trjt? Cs n m qrs +? Rspndm l nts q pds”


¡Hola! ¿Cómo andás? ¿Por qué no me contestaste los mensajes que te mandé? ¿Es que no tenés tarjeta? ¿Acaso no me querés más? Respondeme lo antes que puedas.


SCN XI

HMLT


Y sty sl. Q dbl, q nsnsbl sy! n s dmrbl q st ctr, n n fbl, n fccn pd Drer tn s plcr l prp nm, q gt y dsfgr s rstr n l dclmcn vrtnd d ss js lgrms, dbltnd l vz y jctnd tds ss ccns tn cmddds l q qr xprsr?

Escena XI

Hamlet


Ya estoy solo. ¿Qué débil, que insensible soy! ¿No es admirable que este actor, en una fábula, en una ficción, pueda dirigir tan a su placer el propio ánimo, que agite y desfigure su rostro en la declamación, vertiendo de sus ojos lágrimas debilitando la voz y ejecutando todas sus acciones tan acomodadas a lo que quiere expresar?